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¿Quién fue Roderico Neyra, Rodney?

Por: Julio Cid

Pienso que, ante todo, un ser complejo, Rodney era como un cóctel, pero un cóctel explosivo: provinciano (había nacido en Santiago de Cuba) de sangre asiática, africana y española –probablemente de Andalucía- que había llegado al mundo con un terrible padecimiento, la lepra. Y, además, era gay. En aquel joven gordito, de pelo planchado, andar cimbreante, con yagas evidentes en las manos a causa de la lepra y acento santiaguero se agolpaban varios de los tabús más lacerantes de su tiempo: la raza, la condición sexual, el estatus de provinciano y una enfermedad fatídica de connotaciones morbosas.

Con toda esa pesada amalgama llegó Roderico Neyra al mundo del espectáculo. Julio García Espinosa me dijo alguna vez que lo había visto en el rol de negrito del vernáculo y que no lo hacía mal. Había sido, además, bailarín, coreógrafo, cantante de tangos y maestro de ceremonias que era como les llamaban en su tiempo a los presentadores o animadores.

Trabajó con Garrido y Piñeiro en algo relacionado con la producción de algunos de sus espectáculos (y, tal vez, como actor) fundó “Las mulatas de Fuego” un cuarteto de bailes que rompió esquemas y que tenía como coreógrafo, según algunos, a Sergio Orta, según otros a Alexander y Pablo Mora. También había compuesto varios “cuadros” en el teatro pornográfico “Shangai”, y, finalmente, presentó más de un show en el elegante cabaret “Sans Souci” como productor artístico y coreógrafo.

Es allí donde lo encuentra Martín Fox, quien se percata que quien ha hecho aquellas revistas es la persona que él necesita. Lo lleva a su resplandeciente “Tropicana” y le propone que trabaje en él. No sé si fue Fox quien le dio la idea de que otros hicieran las coreografías o fue una iniciativa propia de Rodney. Igual, según se ha dicho, Rodney no era un buen coreógrafo y sí un magnífico productor (es decir, director artístico) Lo que si está claro que es el avispado empresario ahora dueño de los predios de “Villa Mina” le ofreció un salario con el que el joven Rodney no había ni siquiera soñado. Le pidió que amplificara el panorama de sus futuros espectáculos, que no escatimara en recursos, que conjugara música, danza, vestuario y luces con la frondosa vegetación que adornaba el cabaret, que buscara figuras de renombre o, en su defecto, de calidad que era lo que debía exigir a quienes trabajarían en el cabaret.

Fue entonces que el santiaguero se echó a sus espaldas el provincianismo y los demás “lastres” que lo hacían tan diferente y, al mismo tiempo, tan rechazable para muchos, y salió al mundo de la noche habanera como a decir “aquí llegué yo” y a hacer con ello un aporte a la estética del espectáculo de cabaret cuya magnitud ni él mismo calculó.

Ya se había agenciado un nombre artístico, corto, sonoro, fácil de pronunciar: unió la mitad de su nombre (Roderico) con la primera mitad de su apellido (Neyra) y se agenció así una identificación que se convertiría en una marca.

Sin dudas este hombre fue un ser auténtico capaz de se sobreponerse a las barreras que intentaban impedirle el paso y caminó seguro hacia la gloria que se encontraba a su disposición bajo las estrellas.

Fue así que amalgamó el music hall con los carnavales del Prado y de La Trocha santiaguera, lo kitch con la estilización plástica y el circo, el fuego y el humo de la pirotecnia artificial con el verdor natural de las plantas, la bóveda celeste enigmática y lejana con los cuerpos esculturales de las mujeres que llenaban los rincones del fantástico edén recreado por él en sus inolvidables revistas.

Sentó pautas al imbricar a exponentes del bell canto con cantores de los rituales afro cubanos, recreando el trópico, sí. Pero, además, la Grecia clásica o las milenarias danzas chinas con el vodú haitiano, el negro congo con el soutenier francés, los íremes abakuá con los danzantes veracruzanos… Rodney imaginaba y creaba acompañado de un excelente equipo de creadores. Veamos a algunos de ellos. La escenografía y el vestuario eran mayormente diseñados por Andrés García, el mismo que componía cada semana las portadas de la revista Carteles con primorosas “estampas” costumbristas de ambiente cubano o escenografías, luces y vestuario para el grupo vanguardia del teatro cubano de entonces, “Prometeo”; el coro de Paquito Godino, uno de los más prestigiosos del momento, se ocupaba de acompañas a solistas y cuerpos de bailes; la orquesta era dirigida por Armando Romeu; las coreografías corrían a cargo, en la mayoría de las revistas, de Alberto Alonso, Luis Trápaga y Henry Bell…

Según Ramón Díaz, el desaparecido mimo “Las coreografías de Rodney no se basaban en bailar el unísono, con tiránica exactitud, como en las revistas europeas y su réplica en USA, sino que dio cierta libertad para aprovechar la sensualidad de cada bailarina”