La prostitución en Cuba
El oficio más antiguo del mundo a lo cubano

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La prostitución tiene larga historia en Cuba, en particular en La Habana

Waldo Acebo Meireles, Miami | 17/03/2021 3:39 pm

Al establecerse el listado de las 124 actividades económicas en las que no se permitirá el llamado “trabajo por cuenta propia” los creadores y redactores del mismo dejaron abierta una actividad que algunos llaman el oficio o la profesión más antigua: la de la prostitución. Si aceptamos el principio jurídico de que todo lo que no está prohibido está permitido entonces la prostitución será considerada en Cuba como una actividad lícita.

La prostitución tiene larga historia en Cuba, en particular en La Habana, tenemos que remontarnos hasta el siglo XVI en la que la Flota se reunía en el puerto habanero en espera de que llegasen todos los barcos para partir juntos hacia, inicialmente Sevilla y luego a Cádiz, como una forma de protección contra piratas y corsarios, si para el 10 de agosto no había logrado prepararse el tornaviaje, se retrasaba hasta el año siguiente. En tal caso se procedía a descargar la plata para almacenarla en el Castillo de la Fuerza.

Los centenares de marinos y viajeros demandaban alimentos, diversiones, juegos, caldos destilados, y no en menor medida los placeres de la carne femenina y no creo que algunos desdeñaran la masculina. Todo ese comercio fue el origen de múltiples fortunas y el desarrollo de una agricultura de subsistencia y comercial en las proximidades de la naciente ciudad, con fines de abastecer a todos los viandantes. Al inicio en las mismas entrañas citadinas, luego por presiones eclesiásticas quedaron extramuros. Bajareques se habilitaron para el comercio carnal, para los juegos de azar como el llamado “Monte” ya que era en el monte donde se jugaba y el expendio de aguardiente y rones peleones que provenían de los trapiches e ingenios en manos de la oligarquía habanera.

Esclavas eran las que ponían su cuerpo a disposición de los atrasos y ansiedades de aburridos marinos en espera de zarpar hacia España, esas negras en muchos casos seguramente núbiles, pero en otros probablemente sin alcanzar esa edad, regocijos de pedófilos; sus amos, propietarios, las alquilaban a los encargados de esos menesteres lascivos que eran “protomatrones” o matronas que podían hasta ser esclavas coartadas que habían logrado su libertad no necesariamente en el comercio carnal.

El cese de la esclavitud en Cuba en 1886 debió haber afectado la oferta y al parecer contribuyó al inicio de la importación de meretrices de la Luisiana que llegaron a dominar este mercado en los primeros años del siglo XX, con la llegada de carne “fresca” en ocasiones damas blondas y de ojos claros -como la pequeña Berthe que fuese la casual causal del enfrentamiento y muerte del proxeneta parisino Luis Letot y su homólogo criollo Alberto Yarini- influyó en cierta forma en el incremento de la sofisticación de este aberrante comercio. Algunos suponen y han dado por sentado de que el término “bayú” que es como en Cuba son, o eran, denominadas las casas de lenocinio se derivan del término “bayou” que es la denominación que se le dan en Luisiana a las zonas pantanosa en un lago o río, craso error dicha expresión ya había sido recogida en la obra de Esteban Pichardo de mediado del XIX.

A lo largo de la república fueron varios los intentos de un puritanismo bastante hipócrita dirigido a eliminar burdeles y los popularmente llamados “barrios de putas” que nunca llegaban a ser propiamente barrios sino más bien alguna calle que le daba nombre al “barrio”, es el caso de San Isidro que fue perdiendo importancia en la medida en que el “barrio” de Colón ganaba popularidad e incrementaba su clientela; el “barrio” de La Victoria rompió ese esquema ya que su calle central era Retiro, también conocida como Pajarito que en ocasiones era la forma de llamar a ese “barrio”.

Los asaltos policiales a los “bayuses” se limitaban a apresar a las cortesanas que eran llevadas al vivac donde a lo sumo pasaban una mala noche y regresaban a sus actividades habituales a los pocos días, la prensa de la época se refocilaba en aquellos infructuosos intentos de recuperar la deteriorada moral ciudadana, pero se limitaba al escándalo que las muy avezadas putas daban frente a las cámaras fotográficas y a los reporteros de la llamada “crónica roja” que ni intentaban abordar la raíz de la prostitución, ni los intereses económicos que se encontraban detrás de la explotación de las meretrices, en que los proxenetas no eran generalmente los más beneficiados.

En los años 50 quedaban dos barrios fundamentales en La Habana los cuales ya hemos mencionado: Colón y La Victoria, el primero ya bastante venido a menos donde las hetairas mostraban sus desnudeces a través de postigos, ventanas y puertas entreabiertas, e incitaban a los caminantes a recibir sus servicios con reclamos soberbiamente soeces, generalmente los reclamos eran más agresivos y procaces en relación directa al deterioro de la mercancía ofertada, en ese barrio el coito, o en el lenguaje popular “el palo”, costaba dos pesos lo cual lo hacía muy popular incluso para la marinería yanqui que se emborrachaba en los múltiples bares de la zona y fornicaban “ad libitum”. Colón era un lugar donde las riñas y los escándalos en medio de la calle eran comunes y demandaban la presencia policial para tratar de mantener algún orden.

La Victoria era un lugar más circunspecto y tranquilo, las damas no ofrecían sus cuerpos a los viandantes, sino que esperaban más o menos bien vestidas dentro del prostíbulo, y no padecían de los exabruptos y obscena verborrea de sus colegas en Colón, incluso en la zona vivían familias que tenían que colocar letreros de aviso de “no molestar” para evitar desagradables confusiones. El prostíbulo más conocido de ese barrio era la llamada “Casa de Otto” que Jesús Díaz incorporó a la literatura en su novela Las iniciales de la tierra publicada en 1987, pero evidentemente el escritor solo conoció de oídas ese lugar ya que la descripción de este y de Otto en particular no concuerdan con la realidad.

El ambiente en la Casa de Otto era tranquilo sin espavientos, los presuntos clientes se sentaban en sillas de tijeras que estaban colocadas alrededor del patio cementado que abarcaba casi todo el largo de la casa y las señoritas, es un decir, se acercaban y le preguntaban: “¿Te vas a ocupar?” Cuando más de dos o tres prostitutas le hacían la pregunta a un individuo el mismo pasaba a la categoría de “sapo” y nadie más le preguntaba hasta que la matrona se le acercaba y afectuosamente le indicaba que si solo venía a mirar debía retirarse o por lo menos consumir algo del bar. Era un ambiente relajado y se correspondía con la descripción de un burdel que hizo Stefan Zweig en El mundo de ayer.

En el barrio había tres o cuatro bares, pero los principales eran el Victoria en la esquina de Pajarito y Peñalver que le daba nombre al barrio y el Bar Kumaon a medianía de la calle Sitio, entre Pajarito y Plasencia con un anuncio lumínico de casi todo un piso de alto en que un tigre avanzaba amenazadoramente. Estos no eran simples bares eran prostíbulos que en sus pisos superiores ofrecían su mercancía humana a un costo de cinco pesos, superior a los tres que se cobraba en el resto del barrio, se suponía que eran “materiales de primera” recién llegadas a este sórdido negocio.
Existían otros barrios aún más abyectos, si ello era posible: el de Pila a una cuadra del Mercado Único que era conocido simplemente como la Plaza, su clientela estaba nutrida de los camioneros, cargadores y carretilleros que se buscaban la vida en la Plaza; a pocas cuadras de allí en la calle Cristina a unos pasos de la sastrería el Zorro existía un par de prostíbulos; los de Pila y estos último cobraban por sus servicios entre un peso y 50 centavos.

Entre uno y dos pesos era el costo de los servicios en unos pocos prostíbulos alrededor de Zanja a un par de cuadras de Belascoain, además de todo los mencionados estaban las llamadas “fleteras “que rondaban los soportales de la Plaza del Vapor —ya desaparecido— los de Galiano y otras vías concurridas, eran generalmente explotadas por los llamados “chulos de café con leche” y constituían el nivel más bajo de todo este vil andamiaje, la policía las esquilmaba y amenazaban continuamente.

Existían otros burdeles fuera de las llamadas zonas de tolerancia que hemos mencionado estaban en el rango más alto de este deplorable negocio, me refiero a la Casa Marina y la de Tía Nena, ambas se especializaban en dar sus servicios al turismo sexual que ya existía en esa lejana época. Dentro del menú ofertado no solo existían mujeres sino también hombres, algunos homosexuales. Quizás el más famosos de ellos, nacional e internacionalmente, fue “Superman” que no era exactamente homosexual sino bisexual y su miembro viril les llegaba a las rodillas, algunos dicen que tenía 18 pulgadas otros dicen que 14 pero lo cierto es que era algo poco común.

“Superman” actuaba en las funciones que ofrecía el teatro Shanghái en el barrio chino, a media cuadra de Zanja, estas funciones quedaron inmortalizadas en El padrino II de Francis Ford Coppola, en este filme Fredo que era un “putañero” lleva a su hermano Michael y al senador Geary a ver una representación porno en vivo y cuando el senador pone en duda lo que está viendo Fredo le responde: “Eso no es falso. Eso es real. Por eso lo llaman Superman”.

En la película se dramatiza la actuación que era, en realidad, más cruda y obscena. En la Casa de Marina este personaje ofrecía también sus servicios en los llamados “cuadros” que podían costarle al cliente hasta $100 y eran simplemente representaciones pornográficas con múltiples participantes, siempre se rumoró de algún que otro artista hollywoodense, masculino y femenino, solicitó los servicios privados de este personaje que obtenía ganancias suplementarias vendiendo fotos de lo que en él tenía algún interés.

Se decía que Marina controlaba el comercio carnal en el Reloj Club y el Mambo Club ambos en la Carretera de Rancho Boyeros, por tanto, los turistas ávidos del disfrute de las más variadas filias encontraban donde cumplimentar sus apetitos sexuales sin tan siquiera llegar a La Habana, en un ambiente menos visible y comprometido que los salones ornamentados con un estilo rococó del promiscuo prostíbulo de Hospital y Malecón.

Enero de 1959 llegó con un espíritu de un riguroso puritanismo dispuesto a acabar con los males de la república y de paso con ella misma, aunque en los primeros días los “barbudos” inundaron los bayuses y generaron broncas y escándalos, en ocasiones con algún “tiro escapado”, situación que quedó resuelta con la higiénica eliminación de las zonas de tolerancia, la única que se mantuvo en una decadencia continuada fue el barrio de la Victoria que persistió hasta mediados de 1963.

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