La primera rebelión contra España

La conspiración de José Antonio Aponte.

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La conspiración de aponte: mito y realidad

Por: Gina Picard
José Antonio Aponte, negro libre, ex militar del Batallón de Pardos y Morenos de La Habana, carpintero ebanista, tallador de imágenes sacras y hombre asombrosamente culto es, sin duda, una de las figuras más atrayentes de la larga plana de personalidades sobresalientes que conforman la Historia de Cuba.
Todos los cubanos sabemos que encabezó una de las más importantes conspiraciones antiesclavistas ocurridas en el suelo de la isla, que fue decapitado y su cabeza expuesta a la vista pública en una jaula de hierro, en la misma esquina de Belascoaín y Carlos III que hoy ocupa la Gran Logia Masónica de Cuba. Para el folclor, dejó tras de sí el célebre dicho “Eres más malo que Aponte”.
Sin embargo, la vida y los hechos de Aponte continúan envueltos en el misterio y el enigma. Francisco Calcagno, en su novela Aponte (Barcelona, 1901), refleja partes de la leyenda negra con que la sacarocracia cubana rodeó a este luchador antiesclavista:
Oscurísimo y envuelto en tinieblas aparece el origen de este: hay quien supone que era africano, quien que era hijo de La Habana, siendo esto lo más probable, pues como tal aparece en la sumaría, y no falta quien, porque fue esclavo de un Delmonte, lo crea oriundo de Santo Domingo.
Aponte, sin embargo, nació en La Habana, donde su abuelo y su padre se habían destacado por su valor entre la alta oficialidad del Batallón de Pardos y Morenos Libres durante la toma de La Habana por los ingleses, y nunca fue esclavo. Era ya un hombre en la cincuentena cuando se involucró (o cuando tenemos noticia de que se involucró) en la oscura vida del conspiracionismo; de su existencia hasta ese momento muy poco se sabe de cierto, salvo que como militar del mencionado Batallón peleó en campañas fuera de territorio cubano. José Luciano Franco, quien rescató el legajo del proceso de instrucción llevado a cabo por las autoridades españolas a los acusados en la conspiración de 1812 y es una autoridad en los estudios apontinos, dice textualmente que Aponte
[…] tomó parte activa en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. En distintas ocasiones, y de ello no cabe duda, acompañó a la unidad de milicias de que formaba parte en los servicios de guarnición a San Agustín y otros lugares de La Florida; viajes que contribuyeron a mejorar sus conocimientos en todos sentidos.
Un año antes de que sus actividades clandestinas llegaran a su punto más eruptivo, Aponte apartó de sí a su esposa y sus seis hijos para evitar que las autoridades españolas los implicaran en su infidencia, así que de su intimidad no hay información, salvo algún que otro detalle suministrado por sus compañeros de lucha y de prisión en los interrogatorios a que fueron sometidos en La Cabaña. En el momento de ser aprehendido vivía solo en una casita con techo de guano donde también tenía su taller, ubicada en la calle Jesús Peregrino, Pueblo Nuevo, en algún punto entre Infanta y Belascoaín, cerca de la Quinta de los Molinos.
Mucha preguntas surgen cuando se piensa en Aponte, la mayoría sin respuestas que podamos dar como seguras. Era un hombre extremadamente discreto, enemigo de llamar la atención, e incluso como tallador de figuras sacras, labor con que solía ganarse la vida, no se conserva —hasta donde yo sé— ningún trabajo que lleve su firma, ni documentos de época que lo mencionen vinculado a la vida religiosa de La Habana en calidad de artesano. Esto no resulta demasiado sorprendente, puesto que los artesanos negros no solían firmar sus obras, pero Aponte era un hombre libre, tal vez un artista, y otros de su misma condición sí dejaron sus firmas estampadas para la posteridad.
Todas las fuentes que he consultado apelan, para interpretar la personalidad y el pensamiento de Aponte, a las respuestas que dio a sus interrogadores durante la instrucción de su proceso, y al famoso “libro de pinturas” hallado en su casa durante los registros que las autoridades practicaron en ella tras la detención de su dueño.
Pero lo que ha llegado a nosotros de todo lo que Aponte habló sobre esa obra fue dicho en cautiverio, en medio de interrogatorios extenuantes a los que el reo fue sometido durante once días, y en respuesta a las interpelaciones de sus interrogadores, dirigidas a encontrar y demostrar en aquellas pinturas intenciones de sublevar a los negros y provocar una catástrofe política al estilo de las masacres de Haití.
No se trata, pues, del discurso espontáneo de un hombre que explica su obra a interlocutores con entera libertad, sino de un conspirador que sabe que va a morir, pero sabe también que debe ocultar hasta donde sea posible el verdadero alcance de sus actividades y propósitos, y debe proteger a sus cómplices y asociados hasta donde la dignidad y el interés de su causa lo demanden.
En las condiciones en que Aponte hizo sus declaraciones, nadie puede asegurar que dijo todo, ni que todo cuanto dijo fuera cierto. El más acucioso análisis hermenéutico que se haga de estas pinturas narradas por su autor —pero que desaparecieron tras su muerte y desde entonces nadie ha vuelto a ver—, no pasará de la categoría de loable esfuerzo especulativo.
Ni Elías Entralgo, ni Emilio Roig, ni José Luciano Franco, ni Juan Antonio Hernández ni ninguno de los investigadores cubanos y extranjeros que se han ocupado de Aponte, como tampoco ninguno de los novelistas que han escrito sobre él —entre los cuales sin duda el mejor ha sido Ernesto Peña, con su novela Una biblia perdida— pueden cruzar más allá de las barreras de niebla que Aponte levantó alrededor de sí mismo, porque fue un hombre hermético.
Hay toda una literatura en torno a este bautizado “libro de pinturas” que tanto excita la fantasía de quienes conocen su existencia. Se trata, en realidad, de una carpeta de dibujos de gran tamaño y forrada en hule negro, que contenía unas setenta y dos láminas compuestas en su mayoría por numerosas figuras recortadas y pegadas, y algunas pintadas a mano, de acuerdo con la descripción del mismo Aponte, pues según explicó durante los interrogatorios a que fue sometido, compraba las imágenes o las recortaba de grabados, almanaques y abanicos viejos, y luego hacía con ellas composiciones donde mezclaba elementos correspondientes a varias culturas y tradiciones esotéricas.
¿Con qué propósito? ¿Era solo el entretenimiento estético de un hombre solitario con alma de artista? ¿Era en verdad un libro concebido para incitar a la sedición, como pensaban las autoridades españolas? ¿Era algo más que eso, tal vez un intento de crear un testamento político, una cosmovisión…?
Aunque la novela de Calcagno sea considerada por el Dr. Franco como “no muy buena”, algunos de sus pasajes ilustran con bastante fidelidad el estado de cosas que rodeó a Aponte, y los usaré porque me ahorrarán largas citas enjundiosas de libros de Historia e investigaciones académicas. El párrafo que voy a citar resume muy bien las intenciones que le atribuían a Aponte los hacendados blancos, el primer estamento social amenazado por las revueltas esclavas, y también por el juez Rendón, designado por las autoridades coloniales para interrogar al reo:
…diremos que el Antonio Aponte fue un negro de alma tan negra como su rostro, y no decimos esto porque conspirara contra los blancos y pretendiera alzar el decaído espíritu de los suyos; que eso no fuera más que amor a la dignidad de su raza. Pero nada menos pretendía que fundar un imperio negro sobre las ruinas de la colonia blanca, proclamándose emperador a la manera de Dessalines, o de aquel Christophe que a la sazón era Enrique I rey de Haití, y esto se habría de conseguir asesinando a todos los blancos y quedándose con las blancas, para servicio doméstico y otros usos.
Este párrafo revela de un modo muy ilustrativo el núcleo de los temores que la Revolución de Haití inspiraba en la población blanca de todos los territorios donde existía la esclavitud de plantación. Como todo el mundo sabe, no se trataba de fantasías, sino de terrores provocados por hechos ciertos, porque en Haití hubo masacres de ambos bandos, y muchos amos de esclavos fueron asesinados junto con sus familias, las mujeres violadas, los niños mutilados, las haciendas quemadas y destruidos los campos de caña.
Tanto en Haití como en Santo Domingo, las tropas de los generales negros que encabezaban la revolución antiesclavista cometieron todas las atrocidades a que induce un odio virulento largamente reprimido hacia quienes les habían reducido a la condición de bestias de trabajo, pero también hicieron miles de víctimas entre la población inocente.
Sin olvidar el número desconocido de víctimas de su propia raza que el rey Christophe hizo más tarde en su reino de Haití cuando quiso restaurar la economía de plantación que había hecho de Haití la colonia más rica del Caribe bajo el control de los franceses, y a esas víctimas hay que sumar a todos los ciudadanos negros que esclavizó para llevar a cabo la construcción de sus palacios y fortalezas, y también a los que inmoló en sacrificios rituales para mezclar su sangre con la argamasa de los muros de La Citadelle La Ferriere, considerada una de las obras de arquitectura militar más importantes de su tiempo, a fin de hacerla inexpugnable.
Pero no es el objetivo de este artículo analizar si todos los esclavos hombres libres lo hubieran sido de permanecer en su África natal, donde ya existía la esclavitud y en las guerras intertribales y los vencedores esclavizaban o vendían como esclavos a los cautivos capturados en combate; ni tampoco si las condiciones de vida de un esclavo africano en su tierra natal eran mejores o peores que las que le esperaban en una hacienda, plantación o cafetal de El Caribe o el Sur de los Estados Unidos. El hecho histórico es que los esclavos traídos al Nuevo Mundo querían dejar de serlo y tenían pleno derecho a ello. Y Aponte estaba dispuesto a conseguirlo.
Aponte y la posibilidad imposible
Existe la posibilidad de que Aponte, el misterioso conspirador, llegara a fraguar una vasta red de contactos dentro y fuera de Cuba, de cuya verdadera envergadura no existen pruebas y tal vez nunca serán halladas. Se sabe que se relacionaba con personas de ideas antiesclavistas e independentistas en Brasil, Haití, Santo Domingo y el Sur de los Estados Unidos, donde, como dije antes, había estado en incursiones militares cuando era cabo del Batallón de Pardos y Morenos Libres de La Habana.
También tenía vínculos en otras zonas de América del Sur y con posibles agentes de Francia e Inglaterra, eternas enemigas de España, como tal vez lo fueron el negro Juan Barbier, quien se hacía llamar el francés, y el negro Hilario Herrera, conocido como el inglés.
Pero las circunstancias operativas que rodeaban a Aponte indican que sus puntos de referencia y más significativos contactos fueron Generales negros, quienes habían combatido en Haití bajo la bandera española, y después se vieron obligados a huir de aquella isla cuando los derrotaron las tropas francesas y sus aliados negros conducidos por Toussaint Louverture.
Algunos de estos Generales buscaron asilo en Cuba, que les fue negado, pero mientras las autoridades cubanas llegaban a esa decisión final, los solicitantes, con sus familias y algunos de sus oficiales y clases fueron concentrados en Casablanca por las autoridades coloniales, quienes deseaban mantenerlos lo más lejos posible de los cabildos de nación, un polvorín dispuesto a estallar en cuanto alguien le acercara la mecha.
En la conspiración de 1812 estaban involucrados negros libres y esclavos, blancos pobres y hacendados de ideas liberales, así como catalanes y españoles. Algunos negros libres, y otros que vivían como esclavos en ingenios de La Habana y Puerto Príncipe, alertaron a sus amos o directamente a las autoridades de que se avecinaba un desembarco de tropas haitianas enviadas por el rey Christophe para desatar la rebelión en Cuba.
Durante los interrogatorios a que fueron sometidos en La Cabaña Aponte y sus compañeros, mencionaron promesas de asesoría y ayuda militar, recibidas no se sabe si directamente del rey Christophe, tal vez en forma de una carta o un mensaje verbal, pero en todo caso sí directamente de los Generales negros retenidos en Casa Blanca, en especial de Gil Narciso, quien durante su segunda estancia en el puerto de La Habana se ofreció —mediante un juramento abakuá según Franco— para ponerse al frente de la futura gesta libertadora, que en ese momento era deseada con particular ardor por la población negra cubana, erróneamente convencida de que las Cortes de Madrid habían decretado ya el fin de la esclavitud, pero los hacendados cubanos no aceptaban el decreto y se negaban a hacerlo público.
En aquellos días había, pues, entre los negros de Cuba, un fuerte sentimiento de reivindicación. En los círculos cerrados de los cabildos de nación se manejaba la fantasiosa cifra de cinco mil soldados haitianos que llegarían a Cuba dentro de poco tiempo para dar fin la esclavitud. Me pregunto si el rey Christophe dispondría de una flota capaz de transportar semejante ejército, aunque fuera a través de las estrechas aguas que separan Haití del extremo de la provincia cubana de Oriente.
Hasta dónde todas las promesas que le fueron hechas a Aponte por la parte haitiana fueron reales o hijas del deseo o la leyenda, es algo que no podremos conocer si no salen a la luz nuevos documentos reveladores del alcance de aquella conspiración.
Pero no hay por qué dudar de la existencia de un vínculo haitiano, como demuestra el hecho de que en el “libro de pinturas” de Aponte se constate una singular coincidencia de pensamiento con el ideario político de un intelectual y hombre de Estado haitiano muy cercano al rey Christophe, el barón de Vastey, considerado por los estudiosos del Caribe el primero en reclamar para su raza un linaje de gloria y grandeza que nacía en el Egipto de los faraones nubios, pasaba por el reino de Israel (con los amores entre el rey Salomón y la reina Makeda de Saba) y se concretaba en el reino de Etiopía (fundado por el hijo de ambos, Menelik, nombrado por su padre guardián del Arca de la Alianza del dios de Israel).
No sabemos si Aponte conocía algo sobre las teorías de De Vastey, pero no pudo haber leído ninguno de sus libros, porque estos no fueron publicados hasta dos años después de la muerte de Aponte, quien debió de obtener sus conocimientos sobre el tema por vía oral, lo que tentativamente apoyaría la tesis de que Aponte mantenía contactos con el reino de Christophe.
Lo que sí es absolutamente cierto es que todos los planes fraguados por los conspiradores de 1812 estuvieron basados en la promesa de Aponte de que serían asistidos con armas, jefes militares y soldados provenientes de Haití.
Solo que no vino nadie, y los esclavos de Peñas Altas, ingenio de Guanabo donde se llevó a cabo una de las primeras revueltas ocurridas durante aquel año, se quedaron asustados y solos, y fue imposible repetir la hazaña en otros ingenios del país, donde los amos, prevenidos por sus propios esclavos, prepararon a tiempo la defensa de sus propiedades. Todo abortó. ¿Por qué?
Aunque Franco dice que “Alguien, no identificado, regaló a Aponte un retrato de [la coronación de] Chistophe con su vistoso traje de ceremonia, y llegó a insinuarle la posibilidad de recibir de aquel ayuda para los rebeldes cubanos”, en lo personal creo que pudo haber existido algún tipo de promesa por parte del rey Christophe —ya fuera por escrito o a través de intermediarios— a Aponte o a algún otro de los conjurados.
No creo que Aponte, cauteloso por naturaleza, hubiera dado crédito en empresa tan seria y peligrosa a una mera insinuación. ¿Qué papel desempeñó en todo ello Hilario Herrera, el Inglés, uno de los más cercanos colaboradores de Aponte y natural de la villa de Azua en Santo Domingo, y quien, según Franco, “había participado en la serie de acontecimientos que van desde los primeros conflictos a causa de la Revolución haitiana, la ocupación de Santo Domingo por las tropas de Toussaint Louverture hasta el gobierno de Juan Sánchez Ramírez”?
Por más que Gil Narciso pudiera ofrecerse con muy buena voluntad a sí mismo y a sus oficiales y clases para dirigir el levantamiento general de los esclavos en la isla de Cuba, no podía movilizar por su cuenta tropas y armamento provenientes de Haití, porque él era un exiliado. De hecho, lo que parece que Gil Narciso prometió fue que intervendría una vez que mismos cubanos hubieran asaltado fortalezas y arsenales y pudieran disponer de las armas capturadas.
¿Habrá sido Herrera —y no alguno de los generales negros de Casablanca— el alguien que trasmitió una supuesta promesa de apoyo de Christophe a Aponte? Franco afirma que Herrera esperaba el 5 de enero de 1812 la llegada de un barco procedente de Haití con trescientos fusiles para la sublevación que debía tener lugar en Camagüey como apoyo a la de La Habana. Pero esas armas jamás llegaron.
Hay un ángulo en este tema de la ayuda que resulta digno de análisis a la hora de intentar comprender si el reino de Henri Christhope estaba en condiciones de enviar ejércitos y armamento a Cuba. Por el contrario de Petion en el sur, quien eligió para su República una economía basada en la pequeña propiedad de terrenos destinados a la agricultura y trabajados por campesinos libres, Christophe implantó en su reino un régimen similar al de las plantaciones esclavistas francesas, y aunque oficialmente no esclavizó a los hombres, lo hizo en la práctica.
Se trataba de un régimen semifeudal en el que cada hombre físicamente capaz estaba obligado a trabajar en las plantaciones, sin contar los veinte mil esclavos que requirió la construcción de La Citadelle, por no mencionar cifras posibles consumidas por el resto de los edificios que Henri I levantó durante su reinado. Por supuesto, cualquiera sea la cifra total de esclavos empleados en aquellos menesteres, ninguno disfrutó de larga vida, por lo que se trató de una fuerza de trabajo constante y necesariamente renovada, lo que hace de la cifra mencionada solo un supuesto que la realidad debió duplicar o acaso triplicar, teniendo en cuenta los años que duró la construcción de La Citadelle.
Como resultado, durante el gobierno de Crhistophe el norte de Haití se convirtió en un reino despótico y opresivo, aunque relativamente rico, pero rápidamente empobrecido al perder gran parte de su población por las razones antes expuestas, y además por la brutal deforestación a que Christophe sometió la tierra, y aún por otras varias causas. ¿Era este el país que podía enviar a Cuba un ejército de 5 mil hombres completamente armados…? Todo parece un sueño. ¿Eran capaces los conspiradores de reparar en ello entonces?
Amistades peligrosas
Las opiniones en torno a Henri Christophe, primer rey de Haití, están divididas por una clara línea de demarcación. Para muchos siempre será el héroe, el caudillo de increíble fiereza y arrojo personal, compañero de lucha de Toussaint Louverture y Dessalines, profundamente comprometido con la causa de su raza; el jefe militar que siendo comandante de la ciudad de Cabo Haitiano, respondió a una intimidatoria misiva del general francés Leclerc, en la que este le exigía la rendición de la plaza: “Si usted tiene la fuerza con que me amenaza, le presentaré toda la resistencia que caracteriza a un General, y si la suerte de las armas le es favorable, usted no entrará en la ciudad de Cabo Haitiano mas que cuando ésta sea reducida a cenizas, y aún sobre esas cenizas, yo le combatiré”[1]; el gobernante que dio a su pueblo el primer Código legal; el estadista que inauguró escuelas, importó maestros de Europa y los Estados Unidos y tomó enérgicas medidas para ofrecer la mejor educación a sus conciudadanos; que construyó caminos y organizó un ejército para mantener la ley.
En suma, el último representante de los grandes hombres-dioses Bouckman, Mackandal, Toussaint Louverture y Dessalines, quienes llevaron a su culminación la primera gran rebelión triunfante de esclavos en la historia de la Humanidad.
Pero fue también el magnicida que, conjuntamente con Petion, asesinó al Presidente Dessalines. Veamos algunos detalles tomados de blogs de WordPress: Miembros de la administración de Dessalines, incluyendo a Alexandre Pétion y Henri Cristopher, iniciaron una conspiración para derrocar al Emperador. Dessalines. […] este fue asesinado al norte de la ciudad capital, Puerto Príncipe, en Pont Larnage, (ahora conocido como Pont-Rouge) el 17 de Octubre de 1806 cuando se dirigía a pelear contra los rebeldes. Algunos historiadores dicen que en realidad lo mataron en la casa de Pétion en Rué l’Enterrement después de una reunión para negociar sobre el poder y el futuro de la joven nación.
El 17 de octubre de 1806, más allá de Pont-Rouge, habían preparado una emboscada. Parte de las tropas estaban disimuladas a cada lado de la carretera. Llega el Emperador, rodeado de una pequeña escolta, sin temer al peligro, con proyectos de venganza en mente. Resonó de pronto una fuerte voz:…”-¡Alto! ¡Formen el círculo” En el mismo momento, surgen los soldados de los matorrales donde se esconden y rodean a Dessalines.
Pero el respeto y el temor cobran fuerza y nadie obedece a los oficiales que gritan: “Fuego, fuego. -…”Me han traicionado dice el Emperador. Se arma de su bastón, golpea a los que lo rodean, y de un pistoletazo, mata a un soldado. Luego, trata de retroceder. Fue entonces cuando Garat dispara, tembloroso, un tiro de fusil que no alcanza mas que el caballo del emperador. Dessalines cae rodando con su montura y despliega esfuerzos desesperados por liberarse. Socorro Charlotin, este de un salto se desmonta y cuando agarraba a Dessalines, una descarga los acribilló a los dos.
Hubo luego una horrible escena. El Emperador es despojado de su ropa. Le roban las armas, las pistolas, su sable. Le cortan los dedos de las manos para quitarle más fácilmente los anillos. Yayou lo manda a poner sobre unos fusiles dispuestos a manera de camilla, y burlonamente exclama: “Quien dirìía que ese pobre infeliz, hacía temblar todo Haití hace un cuarto de hora solamente”…Mientras se encaminaban, ebrios de alegría hacia Puerto Príncipe, dejaron caer muchas veces el cadáver del Emperador y la muchedumbre, lanzándose sobre él, le apedreó y lo destrozó a sablazos.
Cuando, media hora después, lo tiraron en medio de la plaza del Gobierno, ya no se le reconocía: el cráneo roto, las manos y los pies cortados. Allí permaneció largas horas frecuentemente apedreado por niños incitados por la violencia de los mayores…Por la noche una anciana de nombre Defilée, guardó en un saco los restos ensangrentados del Emperador, y más tarde, cuando se apaciguaron las pasiones políticas, hizo construir en Sainte-Anne, una modesta tumba con un epitafio elocuente en su sencillez:… “Aquí yace Dessalines, muerto a los 48 años”.[2]
De aquel acto, que recuerda asombrosamente los suplicios a que la plebe enardecida sometió a Andrónico, emperador bizantino, inmediatamente antes de asesinarle resultó lo inevitable: la división de la isla en el reino de Christophe al norte, y Saint-Domingue, la república mulata de Petion al sur, con la consiguiente enemistad perpetua entre los dos nuevos caudillos.
¿Fue Christophe desde siempre, o comenzó a ser en algún momento de su vida un megalómano mimético y salvaje, con un ego sin límites y un pensamiento mágico absolutamente bajo la influencia del vudú, que terminó empujándolo a cometer actos demenciales; un auténtico camaleón político que se invistió con las banderas de la gloria y la libertad y engañó a todos en un proceso bastante similar al protagonizado un siglo después en la República de Cuba por el prestigioso General mambí Gerardo Machado, salvas sean las diferencias?
Han pasado a la Historia relatos horrendos de las incursiones de Christophe en Saint-Domingue, donde no sólo masacró a los ciudadanos blancos, sino a los mulatos que constituían el grueso de la población del sur, donde la defensa de la banda del Cibao estuvo a cargo del mulato José Serapio Reynoso del Orbe, quien sucumbió ante las tropas de Christophe cuando estas se ocupaban de degollar a la población de Santiago. El cronista Arredondo y Pichardo, sobreviviente de aquella matanza, describió la muerte de Reynoso en los términos siguientes:
El cadáver de nuestro comandante a poco rato ya apenas se distinguía porque la sangre y la polvareda lo tenían arropado de un modo que solo por el vestido se conocía que era de un racional, en razón de que cada negro que pasaba cerca, le metía el sable o la bayoneta, como si estuviera vivo, o se temiera su resurrección, explicando con esta brutal acción, la saña y el espíritu de venganza de que venían dominados. […] Toda aquella población y los pueblos del tránsito, fueron reducidos a cenizas por la tropa negra en su retirada, destruyendo hasta los altares. Los sacerdotes que encontraron fueron presos, y después sacrificados, arrastrando al Guárico a los que dejaron vivos, sin dispensar ni aun a la gente de color, que no querían darse al sistema de la desolación, muriendo muchos de hambre y sed en los caminos por donde eran conducidos a pié para la parte francesa…
Documentos de la época hablan de matanzas en toda la geografía dominicana, de las que solo se salvaron algunos lugares apartados. Las tropas de Christophe masacraron a familias dominicanas enteras, tanto blancas como de color; hombres y niños degollados, mujeres y niñas violadas y luego degolladas.
Ningún argumento puede ser esgrimido para justificar semejante genocidio, pues en la parte española de la isla los esclavos eran una minoría que no pasaban del 20% de la población, lo que evidencia que la mayoría de la gente de color dominicana no era esclava, y ello, a su vez, significa que la gran mayoría de los pobladores blancos no eran esclavistas. Un elevado número de habitantes de Saint-Domingue eran simples campesinos indefensos que ganaban su pan cultivando sus tierras.
Christophe fue “[…] el peculiar arquetipo del dictador que lució una corona y que se corresponde con la historia de una América aún virgen, y encarna a su manera el resentimiento y la voluntad de poder en el sentido nietzscheano; el encumbramiento de los sometidos […]”. Durante su reinado se hizo erigir seis castillos y ocho palacios, (incluyendo el palacio real de Sans-Souci y la fortaleza de La Citadelle La fèrriere, cuya construcción ordenó en 1805, cuando era solo Gobernador de la parte norte de la isla.
En Sans Souci, considerado como una de las maravillas arquitectónicas de su tiempo, con jardines decorados con fuentes y estatuas grecorromanas al estilo de Versalles, tenía Christophe una gran biblioteca que usaba a manera de escenografía para reunirse con figuras europeas, cuando él mismo era analfabeto. Creó una nobleza que, sin proponérselo, resultó caricatura de las aristocracias europeas, y la disfrazó con elegantes entorchados y galones dorados, copia viva del vestuario de los nobles franceses. Nombró reina a su esposa y princesas a sus hijas Athenais y Amatista[3], y montó alrededor de su “sagrada Majestad” toda una maquinaria estatal y privada donde mimetizaba los mismos modelos de vida que había combatido a sangre y fuego y de los que se había declarado enemigo irreconciliable.
Christophe proclamó el catolicismo como religión oficial de su reino, pero estaba rodeado de hounganes o sacerdotes del vudú, y muchos de los esclavos que participaron en la construcción de La Citadelle morían de insolación y deshidratación, eran arrojados a las canteras y sus cuerpos mezclados con la argamasa que se emplearía en los muros, previamente impregnada con sangre de toros, también inmolados en sacrificio ritual con el propósito mágico de hacer aquellos bastiones inexpugnables, puesto que La Citadelle fue concebida para ser el último refugio del rey en caso de que la isla fuera tomada por los franceses u otros invasores. Christophe fue el precursor moral de la odiosa dinastía Duvalier y su nefasta creación, la secta paramilitar de los macoutes.
Tal era el hombre que condenó a muerte a la revolución haitiana, la más intensa del Nuevo Mundo y una de las más legítimas empresas de conquista de la libertad que ennoblecen la historia del género humano. Tal era el hombre en quien confiaba y a quien admiraba José Antonio Aponte, y cuyo ejemplo quería seguir, aunque sería difícil encontrar dos almas menos parecidas.
Posiblemente Christophe desistió de su intención de involucrarse en el alzamiento de los negros cubanos por no encontrarle utilidad para sus propios fines o parecerle una empresa destinada al fracaso. Y digo posiblemente porque no podemos prescindir de la suposición de Juan Antonio Hernández sobre la probabilidad de que nunca hubiera existido una promesa haitiana, sino solo rumores propagados por la ansiedad febricitante de algunos sectores de la población cubana, y que Aponte habría aprovechado para acreditar su propia gestión conspirativa.
Por otra parte, afirmar que en la Cuba de 1812 estaban creadas las condiciones para que triunfara una sublevación de esclavos a lo largo de todo el territorio nacional es, cuando menos, un acto de osadía. Muchos especialistas en Historia, investigadores, sociólogos coinciden en que de acuerdo con la estructura del Gobierno colonial de la isla de Cuba, la extensión de su territorio y otras características económicas y culturales que marcaban notables diferencias con Haití, ni siquiera con ayuda exterior la sublevación habría tenido éxito.
Entre las necesarias condiciones subjetivas que se hallaban ausentes está el hecho de que si bien los esclavos ansiaban la libertad, carecían en ese momento de una maduración de la conciencia política, como lo prueba, por ejemplo, el hecho de que en Puerto Príncipe el motivo de las delaciones de los negros esclavos fueran los celos y las rivalidades personales.
Desde el punto de vista factual, sería interesante reflexionar sobre si Aponte solo se proponía acabar con la esclavitud o su proyecto contemplaba una segunda parte, es decir, una revolución destinada a cambiar el estatus colonial por una forma diferente de gobierno. ¿Era Aponte partidario de instaurar una monarquía negra en Cuba?
Uno de los complotados en la conspiración de 1812 reveló durante los interrogatorios que Aponte le comentó en una ocasión cómo cuando se hubieran consumado los acontecimientos en Cuba, lo encontrarían a él “hecho rey”. En ese caso —y moviéndonos siempre en el terreno de la más pura especulación—, surgen varias preguntas: ¿Estaba en los planes de Aponte crear un imperio negro internacional, dado que al parecer había incitado a la rebelión a los esclavos del Brasil y del Sur de los Estados Unidos? De haber podido llevar a cabo sus supuestos planes de reproducir fielmente en suelo cubano la Revolución de Haití y sus resultados, y exportarla a otras regiones del continente, ¿cómo habría influido todo ello en el curso de la Historia? ¿Qué lugar ocupaba en sus proyectos el “libro de pinturas”? ¿Se trataba de una especie de manual en el que recogía su pensamiento político, o era la cartilla de una incipiente ideología…?

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Escuche el programa aquí:Nació en La Habana (Cuba), 25.XII.1725 – Santiago de Cuba, 14.VII.1803. Músico, compositor, maestro de capilla de la Catedral de Santiago de Cuba, sacerdote. Sus padres eran de las islas Canarias. Ingresó como cantor...

Nuestro cumpleaños número 7 y la música de Frank Domínguez

Nuestro cumpleaños número 7 y la música de Frank Domínguez

Escuche el programa aquí:Nuestro cumpleaños número 7 y la música de Frank Domínguez. Francisco Manuel Ramón Dionisio Domínguez Padrón, mejor conocido como Frank Domínguez, nació el 9 de octubre de 1927 en Güines, Cuba. Fue el mayor de tres hijos...

Leyendas cubanas

Leyendas cubanas

Escuche el programa aquí:10 seres de la mitología cubana presentes en el imaginario cubano 1. Güije o chichiricú Ninguna otra de las leyendas cubanas ha arraigado tanto en la memoria colectiva que la del güije, jigüe o chichiricú. En el “santo...

La Coca-Cola en Cuba

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Escuche el programa aquí:La Coca-Cola en Cuba Coca Cola inauguró su primera fábrica en Cuba tan temprano como en 1906 en la calle Obrapía entre Aguiar y Cuba, en el lugar donde luego funcionara la Bolsa de La Habana. Poco después inauguraría su...

Carlos Mendieta y Montefur

Carlos Mendieta y Montefur

Escuche el programa aquí:Aciertos y desaciertos Carlos Mendieta Su mayor logro fue la firma en mayo de 1934 del tratado de relaciones cubano-norteamericano, que dejó sin efecto la cláusula intervencionista de la Enmienda Platt. DIMAS CASTELLANOS...

Julián del Casal

Julián del Casal

Escuche el programa aquí:Julián del Casal Nació el 7 de noviembre de 1863, en La Habana, Cuba. Hijo de Julián del Casal y Ugareda y de María del Carmen de la Lastra y Owen, acomodados hacendados de origen vasco. Su familia se arruinó cuando era...

El Art-Decó en Cuba

El Art-Decó en Cuba

Escuche el programa aquí:Un gran ejemplo de art decó demolido y más art decó en La Habana El art decó llegó a Cuba dos años después de ser reconocido y bautizado internacionalmente. LINA BANCELLS La Habana 21 Nov 2021 - La demolición en La...

Tiburcio Pérez de Castañeda y Triana

Tiburcio Pérez de Castañeda y Triana

Escuche el programa aquí:Tiburcio Pérez de Castañeda y Triana, Marqués de las Taironas, el millonario cubano que prefirió ser un hombre de ciencias Tiburcio Pérez de Castañeda y Triana, Marqués de las Taironas, es de esos personajes desconocidos...

Vida y obra de Orlando de la Rosa

Vida y obra de Orlando de la Rosa

Escuche el programa aquí:Orlando de la Rosa una gloria de Cuba Compositor, pianista, director de grupos vocales. Autor de Nuestras vidas, No vale la pena y Anoche hablé con la luna, entre otras piezas consideradas clásicas del bolero. Nació en...

Cervezas cubanas

Cervezas cubanas

Escuche el programa aquí:En l958 Cuba poseía 5 fábricas de cerveza que producían cerca de 30 millones de litros anuales para una población aproximada de 6 millones de habitantes. Si se tiene en cuenta el reducido consumo que del producto hacían...

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