RAMÓN VELOZ

Él le cantó a la noche vibrante y a la vida. Le hizo guiños sinceros a la comprensión del desamor. Le cantó al baile y a la sensualidad, a la alegría de sentir, al vasto cielo que esconde nuestras tibias miserias.

Más allá de su intento de regresar de la muerte, desde el 26 de abril de 1966, que es leyenda urbana y mitología casi terrorífica, Roberto Faz reemprende vueltas innumerables cada día, retornos sinuosos, en el azul del aire, en la espuma del mar de ese pueblo costero que amó y le sigue venerando.

Su voz de blanco rumbero, de cazador enérgico, se hizo del humo del horizonte, en Regla, un pueblo de pescadores que respira la cruda brea del puerto, la estela de esos barcos que parten hacia ninguna parte o hacia todos los confines del adiós, y el silbido del agua, que en la noche lo acerca a las luces de la ciudad de enfrente. Allí empezó su transcurrir humano, en el fervor oculto de los negros estibadores que guardaban su canto y sus señales, para que el tiempo no les arrebatara nunca más la memoria de otra vida. Mirando las señales de humo, sus estrellas decapitadas, separado solamente por la bahía, Roberto Faz  fue sitiando a La Habana con su canto, como a una mujer o una montaña.

Nació para la música. Su cuerpo breve estaba hecho por esos raros componentes internos que hacen vibrar el aire y los colores, y los transmiten hacia fuera, elaborados como una luz de júbilo, como un dolor de brote que intenta desplegarse. Desde aquel 18 de septiembre de 1914, mientras una guerra devastaba nieves lejanas, llegó con él la calidez distinta que iba a darle más tarde al bolero, con una hondura de amante desdeñado, y un fraseo en la guaracha que le encumbraría ante su gente. Así, a los trece años, estaba ya ganando un premio con el Sexteto “Champán Sport”, fundado por Félix Chapottín, y más tarde, en el Septeto “Cubanos del 32”. Antes anduvo por el Sexteto “Bellamar”, bajo la sombra iniciadora de su padre, en una década de profundos cambios en la música de la isla.

Pero no todo fue el canto en aquellos primeros entusiasmos del camino. El ultramarino sitio natal le vio, alternando la noche de cálidos destellos sonoros, con oficios de hombre común, que disfrazaban al guerrero de dulce voz aguda: detrás de la barra de un bar o al timón de un autobús. Ya en esos años de aprendizaje, todos los géneros le pusieron a prueba. Así ejercitó su espectro sensible interpretando danzonetes con la Orquesta de Estanislao Serviá, para transmutarse más adelante en la euforia de la capital, buscando su lugar en el firmamento, en el cabaret Hit, acompañado de la Orquesta Continental, todo como una lenta forja, para llegar espléndido al inicio del camino que premiaría sus dones y su esfuerzo, con la jazz-band de los Hermanos Le Batard.

El pequeño reglano había venido para imponerse. Contó a un periodista, mucho más tarde, dueño ya de su propio Conjunto, -estrenado el 16 de enero de 1956, y que resultó el mejor y más popular del 58-, que su verdadera ascensión, aquel primer peldaño que todo grande anhela, le había llegado cuando morían los años treinta. Entonces suplió en la CMQ radio al trovador Berto González, que le pidió lo relevara por su indisposición, y esa baraja inesperadamente ganadora le valió un exclusivo contrato por dos años en las ondas.

Hay que escucharle como hago yo ahora, en medio de un otoño de lejanía, que su voz también lejana viene a alumbrar. Pleno, exquisito, dueño del salitre y la frondosidad de un canto que se instala en mi nostalgia de todas las cosas aprendidas en la ausencia. Roberto Faz se queda eterno en esa noción de patria que llevo ahora por el mundo, mientras desgrana, con pesadumbre y decisión, los versos osados de un canto nada fatalista: “Un algo se interpone/ para poder amarnos…Son los compases iniciales de “Comprensión”, el bolero de Cristóbal Dobal, que es como un código de respeto en las renuncias. “Es mejor que yo me vaya/ y que sufra la partida/ aunque estemos separados/ pero con felicidad”. Un himno solemne al desamor, donde se pregunta para siempre de qué sirve sufrir quimeras.

Fue la consagración buscada y deseada: voz mágica entre magos, con el Conjunto Casino, que llamaban con razón Los Campeones del Ritmo. Allí entregó, desbordado y pletórico, once años de su vida en el estilo que ya había demostrado durante el año casi exacto de sus primeras grabaciones, con la tropa del Conjunto Kubavana, que entró a la memoria de la mano de Alberto Ruíz. Fue entonces, en ese 1944 que descubro en las ruinas de mi historia, cuando Roberto fue sólo Faz, la faz o el rostro de un modo de sentir, flanqueado casi siempre, entre el 44 y el 45 por su tocayo Roberto Espí y por Nelo Sosa, para luego fijarse, destellando, en una de las trilogías no superadas de nuestra música, aquel terceto sobrehumano que anunciaban para todos los tiempos como Espí, Ribot y Faz. Dos Robertos y un Agustín, que encendieron la noche americana con la pulsación devastadora de lo torrencial. Nunca se ha vuelto a cantar de ese modo la profunda composición de Sindo Garay “Mujer bayamesa”. Un aire de lenta y amarilla pena me recorre, cuando vuelven a resonar los tejidos impecables de esas tres voces cantándole al fervor de una mujer, pasión que respiré, y que sigue alimentando al niño que nació en aquel sitio de verdes indoblegables.

La vida no debiera ser como es, sino como uno quisiera. Yo no pido riquezas, ni amores duraderos. No solicito eternidad o diamantes. Me basta con que Roberto Faz regrese siempre, ondeando en estas tardes catalanas, cuando el olor del salitre de mi isla se me mete en los huesos, imprudente y doloroso. Que cante, para mi paz pequeña y momentánea, una y otra vez, con Espí y Ribot, ese manto de luz de la trova que nada borra y que se titula “Bohemia”, salida de la sangre inquieta de Miguelito Companioni. Y que me vuelva a convocar, con el lejano sol que atardece sobre la línea del horizonte de Regla, cruzando sobre la lanchita de mi frágil memoria, a la timba feroz de todos los rumberos. Esos que hacen que la música sea superior a la muerte y al olvido.

Ramón Fernández-Larrea   en Barcelona, otoño del 2002.

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