Este disco que usted tiene en sus manos ahora, no es sólo una joya: es también un misterio. En primer lugar, no es un disco, sino dos, grabados en un par de visitas a las que separan cuatro años, por el Trío Matamoros en plena madurez interpretativa, reyes absolutos de un amplísimo, variado e inolvidable repertorio, que habían probado exitosamente desde Yucatán a París.

Los dos fueron grabados en el Viejo San Juan, en los estudios Martínez- Vela, uno en abril de 1956 y el otro, con un alto porciento de probabilidades, en agosto de 1960, lo que le convertiría en la última grabación del Trío en activo, antes de su adios final a los escenarios, a su regreso a Cuba.

El mismo Miguel lo contaría, cuando también relató lo de la muerte zambulléndose en el mar, la noche en que supo que todas sus trampas habían resultado vanas: “Nosotros nos retiramos en 1960. Ese año fue la última vez que yo fui al norte. Allí me ofrecieron dinero y comodidades para que me quedara (…) yo le dije que no, que yo no traicionaba, que yo me moría en Cuba”.

Puerto Rico fue para el Trío, desde aquella primera visita que hicieran el 4 de octubre de 1931, lugar de encantamiento y armonía, por la similitud de sus gentes y paisajes. Es muy probable que la inclusión en esas dos sesiones de grabación, de temas de la primera época, que en tierra boricua habían sido aceptados y aplaudidos, fuera totalmente intencional en los propósitos de Miguel en esas visitas postreras . Así aparecen aquí el son de Siro Rodríguez “Déjame gozar mulata”, que los Matamoros habían grabado en la Habana con formato de Septeto el 10 de diciembre de 1928, y la sabrosa guaracha “Buchi pluma no más”, con la firma de Rafael Hernández, “El Jibarito”, uno de los grandes compositores puertorriqueños del siglo, quien trabajaba en la capital cubana en la fecha en que el Trío Matamoros la grabó por vez primera, un 23 de febrero de 1931.

Desde aquel primer viaje, fueron habituales sus visitas a Puerto Rico. Sus presentaciones a lleno completo en el teatro Cobián –joya arquitectónica del centro de San Juan- y en la emisora WNEL, donde los acompañó una vez en la percusión, adolescente todavía, otro que llegaría a ser un grande: Rafael Cortijo.

En esta compilación hay de todo. La dolorosa  y compleja brillantez de una habanera como “Mariposita de primavera”, escrita y grabada en 1928, que contiene, según el investigador cubano Cristóbal Díaz Ayala: “La coyuntura increíble del binomio pesimismo- optimismo”, cuando al final se dice: ”jamás, tal vez”, que a mí no me sorprende, conociendo el carácter de los habitantes de la parte oriental de mi país, capaces de pasar, sin transición alguna, de lo más trágico del mundo al más espléndido choteo, como sucede  en el corte 20 “Reclamo de amor”, que, tras un comienzo de terribles presagios a la amada si no cede (“para que sufras mucho, y lleves contigo mi mismo dolor”) desemboca en un coro de amenazante suicida burlón, capaz de solicitar una piedra para machacarse, y candela para abrasarse, si no es correspondido.

Encontrará también aquí clásicos que sería imperdonable no haber incluido: aquel primer tema exitoso “Olvido”, el mágico “Reclamo místico” y ese legado inmortal que es “Juramento”, para todo el que sea capaz de amar en este mundo. Y junto a ellos, congas y rumbas, al más típico estilo carnavalesco, y tres hermosas rarezas: la guajira de Julio Brito “El amor de mi bohío”; “Cuando ya no me quieras”, un bolero de los Cuates Castilla que estaba muy de moda y una versión inigualable de una canción criolla de Ernesto Lecuona “Como arrullo de palma”.

Y otra sorpresa más: dos piezas más de ñapa, como se le llama en América a lo que te dan de más, y que en el lenguaje de los discos se denomina bonus track. Una guaracha: “Hueso na´má” y un bolero- son: “Penas ocultas”, que al parecer el trío grabó siempre de fondo, o fue su regalo de despedida, cuando también acompañaron en sus presentaciones al llamado “rey de la guajira de salón”, Guillermo Portabales, en sus presentaciones en borinquen.

Siento además, lejana, muy lejana, la voz de una mujer en dos de estos temas: “Por el batey” y “Te picó la abeja”. Sospecho que pertenece a Juana María Casa, una intérprete de música campesina llamada en los medios “La mariposa”, compañera sentimental de Miguel Matamoros en la época, y con quien formaba –mago Miguel para ampliar los formatos del trío a cuartetos, Conjuntos y Septetos- el poco conocido “Cuarteto Maisí”, con el que también grabó discos.

No quiero robarle más tiempo. Ya es hora de que escuche al Trío Matamoros. Pero le advierto que, si lo hace con este disco, le pasará como le ha sucedido a medio mundo: jamás volverán a salir de su vida. Esa es, quizás, la última trampa que le hizo Miguel Matamoros a aquella parca que rondaba su casa en 1971, ante quien, aparentemente cedió, para que nos engañáramos pensando un mundo sin su presencia.

Pero ya nos lo había advertido y no nos dimos cuenta. Lo comprenderá en el corte 3 de este disco. Cuando suene “Reclamo místico”, me dará la razón. Miguel Matamoros lo sembró como una amenaza contra el olvido: “mira que si muriendo, tu voz escucho/ pueda después de muerto que te responda”. Y el muy tunante se ríe aún de nosotros. Ha cumplido la promesa.

                Ramón Fernández-Larrea
                Barcelona, octubre del 2001.

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