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Por Rosa Marquetti
Posted on diciembre 18, 2018

Las noches en La Habana en diciembre de 1958 bailaban sobre un polvorín. Los cabarets y night clubs intentaban dar una imagen de irreal estabilidad ante el avance de los guerrilleros liderados por Fidel Castro: se empecinaban en permanecer abiertos y exultantes, como si nada anormal ocurriera, la música no se detenía, aunque cada vez con mayor frecuencia fuese interrumpida por el sonido de una ráfaga de ametralladora o la explosión de una bomba. Entre los feligreses y turistas, unos se intimidaban y renunciaban al disfrute en directo, pero otros, muchos otros, decidían festejar el último mes del año, celebrar las fiestas navideñas y la despedida del año que terminaba.

LA CARTELERA DE LOS PRINCIPALES CABARETS Y NIGHT CLUBS ERA ATRACTIVA

El Casino de Capri, manejado por George Raft y Nat Harris, presentaba hasta el día 27 al ya famosísimo bolerista chileno Lucho Gatica, quien con su voz cálida tenía a sus pies a toda La Habana femenina. La Barca, Regálame esta noche, Contigo en la distancia, El reloj y muchos otros sonaban cada día en el majestuoso escenario de la calle 21 de El Vedado. En el escenario brillaba también Sonia Calero, quien hacía reinar su rumba estilizada para que nadie se olvidara de que estábamos en Cuba.

Merle Jacobs, el americano que regentaba el Casino Parisién del Hotel Nacional no se equivocó cuando dio el visto bueno para que la voluptuosa Gina Romand, llamada “la Kim Novak cubana”, centrara junto a la bella vedette Maricusa Cabrera el show Pare, vea, escuche con el respaldo de la Society Orchestra dirigida por Walfredo de los Reyes Sr.

Para un público más sosegado, las voces de Ana Margarita Martínez Casado y Manolo Torrente y el cuarteto Les Bucaniers se disponían a crear el ambiente del romance. Y para los días finales de aquel diciembre reservaba a la peruana Yma Sumac, de rara voz e impactante presencia escénica, quien ya se había hecho popular a través de los programas de televisión.

El Casino del Hotel St. Johns anunciaba por todo lo alto un espectáculo cuyo nombre no mentía: Esto sí es un hit …! La voz de Elena Burke y el piano de Frank Domínguez eran el atractivo necesario para que sus incondicionales pidieran una y otra vez los boleros Imágenes y Tú me acostumbraste.

En el cabaret Copa Room del recién inaugurado hotel Havana Riviera, Olga Guillot era la reina coronada. Acompañada por la orquesta Casino de la Playa de Liduvino Pereira era la figura central del show Cubalypso, montado por el coreógrafo Alberto Alonso, que incluía, entre otros, a la cantante Gina Martin con su aplaudida interpretación de temas afro y a la afamada pareja de bailes Mitsouko y Roberto.

La arrolladora energía de Celeste Mendoza, la voz envolvente de Fernando Álvarez, junto a Alfonsín Quintana y su orquesta, hacían crepitar literalmente el escenario del cabaret Alí Bar, muy distante del downtown habanero. Hasta allá, en la zona conocida como El Caballo Blanco, se aventuraban noctámbulos y gozadores: sabían que su dueño y gestor, Alipio García, no se andaba con miramientos en eso de asegurar sobre el escenario lo que ellos querían disfrutar.

Fernando arrasaba con Me recordarás, La noche de anoche y Ven aquí a la realidad, que sus fans habían bautizado con su primer verso: Bájate de esa nube. Celeste era un remolino sobre el escenario cuando cantaba sus rancheras a ritmo de guaguancó o cuando se lanzaba con las guarachas y rumbas como A ti na má, Blancas Azucenas, Que me castigue Dios y Sobre una tumba una rumba. Eran también éxitos en la radio y la televisión. Lo mismo que Rolando Laserie con su guapería, cantando Las Cuarenta, Tenía que ser así y Mentiras tuyas.

LA RADIO Y LAS VICTROLAS LLENABAN EL ESPACIO UNA Y OTRA VEZ CON LA VOZ DE CELIA CRUZ Y LA SONORA MATANCERA CANTANDO VEN BERNABÉ Y VICENTICO VALDÉS CON EN LA IMAGINACIÓN.

Para un público acostumbrado a la llamada música española, la llegada a La Habana de un cantante de pasodobles llamado Pedrito Rico, les descubrió a un principiante con gracia suficiente para hacer trizas los hit parades con El escapulario y La perrita pequinesa, gracias a las rápidas grabaciones que le contrata el sello Panart en La Habana por encargo de la marca Odeon. Seguía los pasos de su coterránea Sara Montiel ese mismo año en Cuba donde, sin mucha voz, pero con mucho atractivo personal, hizo que su tema La violetera todavía sonara con fuerza por la radio cubana en aquel diciembre lejano.

La orquesta Fajardo y sus Estrellas mantenía llenos totales en el cabaret Caribe del flamante Hotel Habana Hilton, que entraba a competir con sus iguales en los espectáculos nocturnos para exhibir el mejor cartel.
Tropicana mantenía sus dos shows en una noche: Rumbo al Waldorf y Ritmo en color, con las grandes estrellas Bertha Dupuy y María Teresa Tolón y reservaba sorpresas para el día de fin de año.

Para los que no tenían para más, o para los que simplemente les gustaba aquel ambiente, los pequeños bares y cabarets de la Playa de Marianao estaban siempre abiertos con elencos variopintos, de rumberas trasnochadas, guaracheros desafiantes, cantantes melancólicas y transformistas increíbles, pero donde Silvano Shueg El Chori, era el rey indiscutido.

Se acercaba 1959 y La Habana bailaba sobre un polvorín, que pronto estallaría de un modo que nadie pudo suponer ni esperar.