El generalísimo Máximo Gómez
El héroe que vivió sobre un caballo

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Máximo Gómez
Baní, República Dominicana, 18.XI.1836 – La Habana Cuba, 17.VI.1905. Militar, general en jefe del ejército independentista cubano.
La fecha de nacimiento no se conoce con exactitud, como el propio Gómez reconoce en sus notas autobiográficas (escritas en 1894): “No puedo precisar la fecha en que nací, pues por más que busqué personalmente la partida de bautismo en los libros de mi parroquia, no pude dar con ella”, aunque sabía que había sido en 1836 y la familia solía celebrar su cumpleaños el 18 de noviembre. Fue el décimo y último hijo de Andrés Gómez Guerrero y Clemencia Báez Pérez que, si bien no eran ricos, sí gozaban de una posición desahogada; tuvo una infancia campesina, siendo su maestro el cura del pueblo, Simón Rodríguez.

Con dieciocho años ingresó en el Ejército y participó en 1855 en la campaña contra la invasión haitiana, recibiendo su bautismo de fuego en la batalla de Santomé (22 de diciembre de 1855). Al producirse en 1861 la anexión a España de la República Dominicana a petición de su presidente, el general Pedro Santana, su ejército -en el que Máximo Gómez ostentaba el grado de capitán- se incorporó a las fuerzas españolas y, cuando en 1865 los dominicanos rompieron definitivamente los nexos con la metrópoli, en consecuencia, las tropas de España salieron del país rumbo a Cuba, y con ellas iba el entonces comandante Máximo Gómez, que llegó a la isla el 13 de julio de 1865. Pronto solicitó la baja en el ejército y se estableció con su madre y dos hermanas en el ingenio Guanarrubí, poblado de El Dátil, cerca de Bayamo, donde se dedicó a las tareas agrícolas y a la venta de madera, y comenzó a relacionarse con los cubanos que conspiraban por la independencia. De estos primeros tiempos en Cuba, Gómez siempre recordaba el profundo impacto que le causó conocer la práctica de la esclavitud, tan arraigada en esa zona.

El 16 de octubre de 1868, sólo seis días después del inicio de la primera guerra independentista, se sumó a las fuerzas insurrectas con el grado de sargento, aunque dos días después el líder del movimiento, Carlos Manuel de Céspedes, lo ascendió a mayor general. Gómez empezó pronto a destacarse enseñando a los mambises tácticas guerrilleras y el uso del machete, un procedimiento bélico muy utilizado por los dominicanos contra los haitianos. El 4 de noviembre de 1868 dirigió la célebre “primera carga al machete”, en Pino de Baire, donde con un puñado de hombres armados sólo con esa herramienta de trabajo aniquiló en breves minutos a dos compañías españolas. El binomio machete-caballería se convirtió en la más temible arma de los insurrectos cubanos hasta el final de la guerra.

El 4 de junio de 1870 contrajo matrimonio, según la “ley mambí”, con la cubana Bernarda Toro Pelegrín, Manana (1852-1911), con quien llegó a tener once hijos, de los que sobrevivieron seis, pues cuatro murieron siendo niños, y Francisco —a quien todos llamaban Panchito— murió en 1896 luchando por la independencia de Cuba.

A lo largo de los diez años de guerra, Gómez adquirió un reconocido prestigio gracias a sus dotes de estratega y su capacidad de mando, participando en incontables batallas. En 1871, tras la victoria de Guantánamo, fue nombrado jefe de operaciones en la provincia de Oriente, aunque luego fue destituido por el propio Céspedes, quien no aprobaba el plan de invasión propuesto por Gómez. Tras la muerte de Ignacio Agramonte en 1873, le sucedió como jefe de operaciones en la provincia de Camagüey, donde practicó un continuo hostigamiento de las poblaciones y vías de comunicación y donde ese mismo año venció en los combates de La Sacra y Palo Seco a unas tropas españolas muy superiores en número, igual que en la batalla de Las Guásimas (15 de marzo de 1874). En 1875-1876 dirigió la invasión de Las Villas, en una brillante campaña ofensiva, cruzando la trocha de Júcaro a Morón (acción que llegará a repetir hasta seis veces), en la que fue una de las victorias más importantes de la guerra. Sin embargo, la campaña invasora hacia Occidente no pudo avanzar, en parte debido a la ofensiva española, pero también por la indisciplina de las tropas mambisas y las disensiones internas, que hicieron que las operaciones militares llegaran a quedar prácticamente paralizadas, aunque continuaron las acciones guerrilleras.

En enero de 1877 Gómez fue nombrado secretario de guerra y en octubre general en jefe de todos los ejércitos insurrectos, aunque no aceptó este último nombramiento, y en diciembre renunció también al cargo de secretario de guerra, escribiendo en su diario el 31 de ese mes lo siguiente: “Se concluye el año, uno de los más funestos para la revolución de Cuba, pues además de la terrible campaña que sostiene el general español Martínez Campos con sus grandes recursos de hombres y dinero, los cubanos divididos y en desacuerdo han impreso un sello de debilidad y decadencia a la revolución que será muy difícil encarrilarlo por una vía segura a su triunfo”.
Tras firmarse el pacto del Zanjón (10 de febrero de 1878), Gómez salió hacia el exilio el 6 de marzo de 1878; se estableció primero en Jamaica, donde se encontraba su familia, y se dedicó a cultivar tabaco. La estrechez económica en que vivía le llevó a aceptar la invitación del presidente de la República de Honduras para incorporarse al ejército de esa nación con el grado de general de división y el encargo de organizar una fuerza militar permanente en la isla de Amapala (en el Pacífico hondureño). Se instaló en este país con su familia, aunque las dificultades económicas fueron una constante durante estos años: “No dejo de verme siempre en apuros”, escribió en su diario.

Se mantuvo en permanente contacto con los cubanos emigrados en Centroamérica y las Antillas, en particular con Antonio Maceo, con quien en marzo de 1884 redactó en San Pedro Sula el programa revolucionario La Independencia Número Uno (también llamado Plan Gómez-Maceo), con el propósito de reiniciar la guerra en Cuba organizando expediciones militares que desembarcarían en la isla coincidiendo allí con alzamientos armados.

Ese mismo año, en parte debido a sus problemas económicos y en parte por el deseo de acelerar los planes independentistas, abandonó Honduras y se dirigió, junto con Maceo, a Estados Unidos, donde organizaron clubes revolucionarios en Nueva Orleans, Cayo Hueso, Filadelfia y Nueva York, donde en octubre se produjo el primer encuentro con José Martí, quien, sin embargo, decidió no sumarse al plan. A finales de 1885 Gómez regresó a Santo Domingo con el seudónimo de Manuel Pacheco y se dedicó a buscar apoyos para su plan, pero una intriga política -al parecer instigada por los representantes del Gobierno español en la isla- hizo que el 2 de enero de 1886 fuera encarcelado, debiendo abandonar días después la ciudad de Santo Domingo y más tarde el país. En los siguientes años residió en Panamá y Jamaica (desde febrero de 1887), siempre acuciado por problemas económicos, y en junio de 1891 se estableció en La Reforma, Montecristi (República Dominicana), donde en septiembre del año siguiente recibió la visita de José Martí, delegado del recién creado Partido Revolucionario Cubano, quien le ofreció la jefatura del nuevo ejército libertador.

Después de más de dos años de intensa preparación, el 25 de marzo de 1895 Martí y Gómez firmaron en Montecristi el famoso manifiesto-programa del movimiento libertador, y en la madrugada del 1 de abril de 1895 ambos se hicieron a la mar en una frágil embarcación, acompañados de Francisco Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario (los dos últimos también dominicanos), desembarcando en Cuba el 11 de abril, en la zona denominada Playitas de Cajobabo (Guantánamo).

Durante la que sería definitiva Guerra de Independencia Cubana (1895-1898), Máximo Gómez fue el indiscutible general en jefe del ejército libertador (“el generalísimo”, como lo llamaban), y de nuevo se pusieron de manifiesto sus grandes dotes militares. Organizó y llevó a cabo, junto con su lugarteniente general Antonio Maceo, varias campañas de éxito, como la campaña circular (alrededor de Camagüey) y la contramarcha estratégica, dentro del Plan de Invasión, que cruzó la isla de Este a Oeste en sólo tres meses (de octubre de 1895 a enero del 1896) y extendió la guerra a todos los rincones del país, siendo los episodios más significativos las campañas de La Lanzadera (en 1896, con las acciones de Saratoga, Cascorro y Nuevitas, entre otras) y La Reforma (1897). El 24 de febrero de 1898, al cumplirse tres años del inicio de la guerra, Gómez escribió en su Diario que han sido “tres años de sangrienta guerra y sus privaciones”, en los que -dice- “no he tenido ni un minuto de reposo, y he vivido encima del caballo”. Para entonces ya se había producido (15 de febrero de 1898) la explosión del Maine en la bahía de La Habana, que sirvió de pretexto a Estados Unidos para entrar en la guerra, que finalmente terminó siendo un gran desengaño para los cubanos que, pese a su larga lucha por la independencia, fueron excluidos de las negociaciones que condujeron al tratado de paz (París, 10 de diciembre de 1898) por el cual España entregaba Cuba —y Puerto Rico y Filipinas— a Estados Unidos.

Como expresión de su desacuerdo con el trato de las autoridades norteamericanas hacia las tropas mambisas, Gómez (que el 29 de diciembre de 1898 publicó su “Proclama del Yaguajay” o “del Narcisa”, en la que afirmaba que Cuba no era ni libre ni independiente, y que había que pagar a los soldados antes de licenciar al ejército libertador), no quiso asistir el 1 de enero de 1899 a la ceremonia de entrega del mando de la isla al general norteamericano John Brooke. Ante la salida de las tropas españolas, Gómez dejó constancia del sentimiento de frustración del pueblo cubano, escribiendo en su Diario de Campaña estas significativas palabras: “Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque un poder extranjero los ha sustituido.
Yo soñaba con la paz de España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes soldados españoles, con los cuales nos encontramos siempre frente a frente en los campos de batalla; pero la palabra paz y libertad, no debía inspirar más que amor y fraternidad en la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes de la víspera. Pero los americanos han amargado, con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores; y no supieron endulzar la pena de los vencidos. La situación, pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada día más aflictiva, y el día que termine tan extraña situación, es posible que no dejen los americanos aquí ni un adarme de simpatía”.

Tras sobrevivir a las guerras, Gómez (que el 24 de febrero de 1899 había hecho su entrada triunfal en La Habana y el 12 de marzo había sido destituido como general en jefe por la Asamblea de Representantes) pasó sus últimos años en Cuba, aunque hizo varios viajes a Santo Domingo e incluso en 1901 fue a Estados Unidos para participar en la Exposición Internacional de San Luis. Su rechazo ante la ocupación militar norteamericana y el nacimiento en 1902 de una república mediatizada por la Enmienda Platt (que Gómez definió como “eterna licencia convertida en obligación para inmiscuirse los americanos en nuestros asuntos”), le llevaron a rechazar también las propuestas que le hicieron para convertirse en su presidente (“prefiero libertar a los hombres a tener que gobernarlos”). Vivió modestamente, siempre rodeado del afecto y respeto del pueblo cubano, y en la tarde del 17 de junio de 1905 murió en una casa del barrio habanero del Vedado, siendo velado en el entonces palacio presidencial y enterrado en el cementerio Colón, con honores de presidente y en medio de una gran manifestación de duelo popular.

Fue un hombre de poca formación académica (aunque “de mucha educación”, según él mismo decía), y, sin embargo, dejó bastantes páginas escritas, comenzando por su Diario de campaña, que estuvo escribiendo durante treinta años, desde el 16 de octubre de 1868 hasta el 8 de enero de 1899, y constituye una obra imprescindible dentro de la literatura épica cubana, así como una fuente de primer orden tanto para estudiar las guerras por la independencia como para conocer los movimientos e ideas de Gómez. También es muy valioso su abundante epistolario, así como los relatos que recogen episodios de su vida o de la guerra, mostrando una profunda sensibilidad narrativa: El viejo Eduá, o mi último asistente, El héroe de Palo Seco, El héroe del Naranjo, Odisea del general José Maceo, Mi escolta, Convenio del Zanjón, y dejó incluso algunas pequeñas obras de teatro, como La fama y el olvido.

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