Abelardo Barroso

RAMÓN VELOZ

Entre la bruma de la memoria, la voz de cuchillo tembloroso de Abelardito Barroso, el hombre que nació dos veces, y al que, al final, en medio del oro del resurgir, le fuera arrebatada la razón de su vida: el aire espléndido del canto.

Siempre resurgen en mi mente las mañanas frescas de mi pueblo. Calles estrechas, casas pequeñas y limpias, y un vendedor de cualquier cosa, un voceador de olores transcurriéndolas, de arriba abajo, de sur a norte, enfrentándose al viento del amanecer, en esa hora espléndida donde el sol se instala suave, con ternura de visitante, casi con pena de alumbrar. Y en la grisura con destellos, Juan el bobo, cargado de recientes pastelitos de pollo, crujientes, apetitosos, cálidos en la lata que llevaba en bandolera. Y luego el mago Tati, con los dulces de delirio en el tablero plegable, en ristre aquel estante de tijera que abría ante el mundo sólo de un golpe que hacía doler el estómago. Sus voces todas, juntas, mezcladas, ya lejanas, fueron el eco del pregón mayor que Abelardo Barroso puso a caminar por el universo cuando anunció para la eternidad que había llegado el panquelero.

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